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Fernando Martín Menis

Jardín Botánico del Descubrimiento

La experiencia de construir el Jardín Botánico del Descubrimiento, en Vallehermoso, estará siempre impregnada para mí de la sensación de habitar temporalmente en un remanso de paz. Durante la última fase de su ejecución, fueron numerosas las ocasiones en que tuve que pernoctar allí, pues entonces la escasa frecuencia del transporte no permitía asistir a la ejecución de las obras con la agilidad de hoy en día.

Aquellas visitas periódicas desde Tenerife me ofrecieron la posibilidad de degustar la experiencia de viajar a La Gomera, de entrar en contacto con sus gentes y con el lento discurrir del tiempo que caracteriza la isla. A menudo regresaba de mi pequeño retiro en Vallehermoso cargado de dulces, plátanos, berros y amistades, como la que caracterizó la inestimable colaboración con Rafael Hernández, aparejador del proyecto.

menis2Es pues, esa experiencia del tiempo en la isla, esa emoción invisible la que a mi entender permanece en el jardín y en las sensaciones que el visitante advierte, entre los silenciosos testigos vegetales que dan cuenta del particular y pausado acontecer gomero.

Además de ofrecer una alternativa pausada al turista, armonizando con el espíritu de la isla, el Jardín Botánico debía erigirse como un lugar de aprendizaje, donde el visitante pudiera sentir la relevancia que tuvo la Isla de La Gomera en el Descubrimiento del Nuevo Mundo y la ruta de Las Américas. Gracias a la valiosa colaboración con el botánico David Bromwell, pudimos aspirar a convertir la experiencia del Jardín del Descubrimiento en un recorrido cultural e histórico además de sensorial, contribuyendo a la labor didáctica e investigadora que este centro desempeña.

El uso de multitud de plantas endémicas de La Gomera permite que, al hallarse inmerso entre especies vegetales procedentes de los cinco continentes, el paseante pueda apreciar el valor de la flora autóctona y su importante papel en el intercambio América-Europa. Por ello, preservar el patrimonio vegetal preexistente fue primordial, y los caminos peatonales fueron trazados de manera que respetaran las palmeras centenarias del lugar.

Del mismo modo, amplias superficies ajardinadas fueron cuidadosamente delimitadas por los itinerarios paisajísticos para albergar diferentes ejemplares de pinos canarios, dragos, helechos y brezos. Entre ellos, algunos especímenes del bosque de Laurisilva pueblan el Jardín, transportándonos al tiempo en que este bosque cubría las islas y la vida se sucedía mucho más sosegadamente.

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