José David Santos
«Una experiencia que años después rememora con una sonrisa en los labios»
Durante unos minutos, millones de insectos alados se convirtieron en amos y señores de un hermoso valle del norte de la Gomera. Fue sólo un atisbo de la poderosa naturaleza que lo habita y lo hace ser tan bello como desconocido para muchos canarios. Sólo por esos minutos –y no soy amante de ningún bicho volador- valió la pena, hace ya varios veranos, conocer el proyecto Atlántico Sonoro.
Vallehermoso –topónimo claramente descriptivo-, alejado aún más allá de la doble insularidad gomera, oculto, lejano, pero lleno de vida e ilusión, lleva un lustro acogiendo un festival diferente, no tanto por su contenido, que también, sino por la gente que lo hace posible y participa en él. De hecho, aquella eclosión de hormigas voladoras que, como un cuadro surrealista, se hizo manto sobre el valle, es un recuerdo repleto de risas, relajación y buena compañía tras unos días en los que la música y eso tan heterogéneo denominado terapias naturales habían sido las grandes protagonistas.
Atlántico Sonoro fue para el que suscribe una experiencia que años después rememora con una sonrisa en los labios y con la nostalgia propia que subyace cuando decimos que cualquier tiempo pasado fue mejor. No siempre es así, la melancolía de lo que no fue trastoca la realidad en demasiadas ocasiones, pero en este caso no debo de estar equivocado cuando mucho tiempo después Carlos Prieto me llama y me cuenta que el festival está más vivo que nunca, que Vallehermoso es ya un referente y que la gran familia del Atlántico Sonoro sigue apostando por la calidad y el buen hacer que en mi experiencia pude sentir y disfrutar. Está claro que la aventura cuajó y que del trabajo periodístico que me tocó realizar sobre su segunda edición quedó, sobre todo, la sensación de que con esfuerzo y valentía se podía sacar adelante un evento que hace unos años sería imposible, si quiera plantear, en Canarias. La fórmula de orientar el festival hacia la búsqueda del equilibrio entre cuerpo y mente mediante distintas terapias, todo ello acompañado por músicas y sonidos relajantes, puedo asegurar que es un éxito.
En su quinto aniversario es Carlos, alma pater del festival, el que prepara un libro-disco y una nueva edición de Atlántico Sonoro y se acuerda de uno para formar parte del proyecto. Gracias. Sólo puedo decir a aquel que aguante hasta el final de este texto que pruebe la experiencia, que se tome unos días para acercarse a una propuesta única, que descubra los parajes de Vallehermoso y que no se arrepentirá de ser partícipe o, simplemente, mero espectador de lo que cada verano se cuece en ese pequeño pueblo del norte de La Gomera; con o sin insectos voladores.
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